Leandro Velasco: «Aún se puede tener esperanza en que es posible cambiar las cosas»

La sección Tiempo de Historia acoge hoy la presentación de un documental todavía en fase de posproducción, Llora el manglar.

El Día de Valladolid_digital | 27-10-2010 

¿Cómo conoció la historia?

En un viaje personal, de turismo comunitario, que organizó una ONG en el verano de 2003. El destino me llevó de forma puramente casual a esa remota localidad que protagoniza el documental, Olmedo. Me fascinó, me enamoró y volví al año siguiente. Entablé una amistad profunda con el líder local y baluarte de esa lucha, Peter Segura, que se formalizó después en una serie de compromisos de cooperación y alianza de las tres ONG que colaboran el documental, PROYDE, Azacán-Serso y Aspa.

¿Cómo surgió la idea de rodar un filme sobre lo que estaba pasando allí?

Según se desarrollaron los proyectos, y en particular uno que financió la Diputación de Valladolid, se contempló la realización de un documental que difundiera a nivel nacional e internacional todo el problema. Siempre consideramos que era necesario hacerlo, que había una historia que contar verdaderamente extraordinaria, de lucha y catarsis colectiva, un David contra Goliat, y que a la vez sería una herramienta de difusión y sensibilización para preservar un ecosistema único en el mundo. Siempre me pareció algo dramático y a la vez fascinante poder entrar en esa lucha titánica.

Hasta que llegó la empresa camaronera, ¿cómo era la relación de la comunidad con el manglar? ¿Se puede hablar de un equilibrio entre hombre y naturaleza?

Sí, yo diría que sí, era una vida en equilibrio, en un ecosistema que les ofrecía básicamente lo que necesitaban. Ellos siempre nos lo han dicho. El empobrecimiento vino después, a raíz de ese supuesto modelo de desarrollo de la industria del langostino.

Entonces, ¿el mito rousseauniano del ‘buen salvaje’ no es del todo falso?

No hablaría del mito, pero sí me atrevería a decir que había un equilibrio natural, una convivencia real y eficaz con la naturaleza. Para ellos, la pesca y la recolección les daban lo que necesitaban y existía esa abundancia de la naturaleza. No hablaría de felicidad, porque es un término un tanto mítico, pero sí de equilibrio, de comunidad cohesionada. Y desde la aparición de esa industria todo han sido desequilibrios naturales, porque se ha roto la cadena del ecosistema, y comunitarios, porque se han creado divisiones y conflictos.

En este tipo de historias, aunque haya una lucha y un enfrentamiento por parte de la comunidad, ¿la multinacional siempre acaba por ganar o hay un resquicio para la esperanza?

Creo que lo hay y por eso estamos allí presentes y luchamos las ONG. Mucha gente tenemos esperanza y aunamos nuestras fuerzas para entablar una lucha que se enfrente a esos intereses que atentan contra la vida y la dignidad de un patrimonio que es de todos. Es un sueño cumplido poder apoyar y compartir la lucha con ellos, un proceso que yo contemplé de forma incipiente, cuando la comunidad no tenía apoyos externos. La aparición de la cooperación ha sido algo fundamental en su lucha y, aunque somos conscientes de la crudeza de la realidad, creemos firmemente que es posible protagonizar cambios y alternativas. Todavía se puede tener esperanza en que es posible cambiar las cosas y el documental busca eso.